#Plotober 1: La maldita barbería de mi abuelo

Jorge Arturo Mora
3 min readOct 1, 2019

--

Hace dos años me divertí muchísimo escribiendo el #plotober, una iniciativa global que consiste en escribir una historia diaria a lo largo de todo octubre.

Todo iba genial hasta que una enfermedad me mandó a la cama durante un mes: el dengue. Debilitado, debí dejar pasar el chance.

Este año, quisiera retomar el ejercicio con las mismas condiciones autoimpuestas de aquella vez: escribir un texto por día de un solo tirón sobre la marcha, sin conocer el tema del día de antemano y publicando de inmediato, con apenas una revisión para evitar tocar demasiado el texto y removerle la inspiración súbita.

Espero terminar el reto con decencia.

Tema del día: encuentro.

La barbería de don Carlos se convirtió como una herencia que me dejó mi abuelo, poco antes de fallecer.

En sus últimos días, me rogaba que le llevara a cortar los tres pelos de su cabeza donde su viejo peluquero, un señor gordito, de sonrisa perenne y bigote frondoso.

Fueron unos doce meses en los que acompañé a mi abuelo para sus semanales cortes de pelo. La última vez que fuimos, me extrañó muchísimo ver a don Carlos muy ansioso.

Sus tijeras se caían cada cinco minutos, tenía un desorden con los vueltos de los clientes del día e incluso tenía el televisor a todo volumen cuando acostumbraba mantenerlo apagado.

Imaginé que don Carlos era uno de esos señores viejos y sabios que presentían cuando alguien cercano se iba a morir.

Al menos eso fue lo que pensé el día del funeral de mi abuelo.

Desde su muerte, he comenzado a correr por las calles de la capital como terapia para superar el duelo. No era justamente su nieto más cercano pero, esos últimos días de cercanía, me dejaron una huella profunda.

Hace unas tres semanas, corría por las calles cercanas a la barbería y me sorprendió ver el comercio de don Carlos cerrado. Paré mi trote y decidí tocar la puerta de la barbería, pero nadie me respondió.

Llegué a mi casa y decidí llamar a don Carlos. Fui a buscar la billetera de mi difunto abuelo y encontré el papelito que decía ‘Carlos barbería’ y un número de teléfono.

Llamé de inmediato.

Don Carlos atendió la llamada y se alegró de escucharme. Me preguntó cómo estaba y le conté cuánto extrañaba a mi abuelo.

‘Ay, muchacho. No me digás eso’, me dijo. Le pregunté por qué.

‘Porque me siento culpable’, me contestó.

No podía entender qué estaba sucediendo, así que no hice preguntas y dejé que don Carlos siguiera hablando.

‘Es que… Como te digo. No vas a creerme…’.

‘Dígame, don Carlos’, le chillé. ‘Dígame, por favor’.

‘Es que… es que tu abuelo, muchacho. Tu abuelo es el diablo’.

¿El diablo?

‘Sí, el diablo. Mirá, yo lo conocí desde que era pequeño. Sus papás lo trajeron a esta barbería porque, a sus 5 años, le empezaron a crecer los cachos y me dieron la tarea de cortárselos e implantarle cabello. Fue difícil, pero la paga fue buena. Supongo que quedaron satisfechos con mi trabajo y siguieron viniendo’.

Don Carlos sonaba muy serio y súbitamente me di cuenta que no era una tomadura de pelo.

‘Y pues, bueno. Vos sabés que el diablo es inmortal. Lo que se murió fue el envase, que era tu abuelo, pero él sigue vivo. De hecho, a quien conociste fue al diablo, ese que te cuidó y te quiso tanto’.

Las palabras de don Carlos me conmovieron hasta las lágrimas. Desde el otro lado de la llamada, se escuchaba mi llanto profundo. ¡Qué felicidad! ¡Mi abuelo está vivo!

‘¡Sí, lo está!’, me contestó alegremente don Carlos. ‘Es más, no se ha ido. Cada noche me llama para preguntarme cómo van las cosas y, por supuesto, siempre pregunta por vos’.

Me sequé las lágrimas y solo acaté a realizar la pregunta pertinente.

‘Y don Carlos… ¿Usted cree que yo pueda hablar con él?’

‘¡Pues por supuesto, muchacho! Se va a poner feliz!’.

Pegué un grito de alegría y escuché que don Carlos comenzó a lloriquear.

Me muero de ganas por volver a escuchar la voz de mi abuelo. Ya no puedo esperar.

Esta noche, quedé en verme con don Carlos en el cementerio a las doce en punto. Será el encuentro esperado que jamás imaginé.

Sacaré provecho y, sin dudas, le preguntaré a mi abuelo cómo se veían sus padres.

De seguro eran tan apuestos como él.

--

--

Jorge Arturo Mora
Jorge Arturo Mora

Written by Jorge Arturo Mora

Escribo, escucho y veo para seguir escribiendo.

No responses yet