La terminal del recuerdo (o la blasfemia al tiempo)
¿Nuestras decisiones dependen de nuestros recuerdos?
De ser así, ¿quién me desterró a la vida del metro? Pequeños haces de luz bordeaban las ventanillas de este vagón que nunca se detiene. Han pasado los suficientes días para confirmar los rumores que se hablan en la superficie. En el subterráneo, la noción del tiempo se pierde, por lo que dejan de existir todas estas métricas de meses, días y segundos.
El solo hecho de que las cuestiones de la superficie no parezcan reales bajo tierra les concede la suficiente potestad de auto proclamarse inexistentes. O al menos trato de convencerme de eso.
Apenas escuché unos nudillos en la puerta frontal del vagón, corrí desesperadamente a permitir el paso de quien estuviese solicitando entrar.
Con la vista barrí su cuerpo desde sus pies desnudos hasta las antenas de su cabeza. Su cuerpo se configuraba con un esqueleto idéntico al de cualquier humano, con la excepción de la ausencia de órganos genitales y, lógicamente, su monstruosa cabeza de mosca. No cabía duda de que los rumores de estos seres estaban fundamentados.
- No creas que temo — me atreví a decirle.
- ¿Por qué razón deberías temerme? ¿Será acaso que aquellos semejantes tuyos que hemos devuelto a la superficie no han comentado acerca de nuestras buenas costumbres? — dijo con pacífica voz — Soy lo más cercano a la justicia que podrás conocer en tu vida.
Eso lo sabía, pero no podía ocultar mi asombro por ver ese rostro forastero.
- ¿He muerto? — pregunté sin rodeos.
- Eso depende de lo que tú crees que significa la muerte.
El humano mosca se sentó en uno de los largos asientos del metro. No paraba de mover sus antenas desde que se postró ante mí.
- Tienes que ver algo — me dijo y señaló la ventanilla que deja ver el siguiente vagón.
Acaté su orden como un cachorro. Con mis manos desvanecí el vaho que se asentó en la ventanilla y coloqué mis ojos frente al cristal.
A la izquierda del siguiente vagón logré mirar un mono que extirpaba, de manera rudimentaria, el hueso hioides de un hombre de unos sesenta años. A su lado, una señora (que podría haber sido su esposa) permanecía sentada con los ojos colgando a la altura de su nariz. Otro montón de cadáveres se amontonaban en sus cercanías.
Cuando intenté quitar la seguridad de la puerta para entrar a dicho vagón, el humano mosca me interrumpió con voz grosera.
- ¡Ni lo intentes! Esas personas pertenecen a tu memoria y deben ser eliminadas.
No tenía idea de qué quería decirme con ese acertijo de palabras.
- Debes estarte preguntando el porqué un mono — me dijo con palabras más suaves. Este sujeto parecía leer mis pensamientos. — Han pasado muchos semejantes tuyos con la misma duda y aún desconozco la respuesta. No sé si será alguna clase de simbolismo acerca de
- El instinto animal — osé interrumpirlo.
- Exacto — me confesó y dio una palmada al asiento como forma de invitación para que me sentara junto a él. Hice caso.
El tren continuaba sus bruscos movimientos. De una manera u otra, me sentía agradecido de tener alguna clase de compañía tras la soledad absoluta por la que había pasado. El pequeño paso de luz me permitía ver la fealdad de los pies del humano mosca.
- ¿Qué es la muerte para ti? — preguntó con cierta parsimonia.
Cuando levanté la mirada, logré ver, simultáneamente, las decenas de cristales que componían los ojos del humano mosca. En cada uno de los fragmentos de su distribución ocular reconocí rostros que seguramente estuvieron conmigo durante mi estadía en la superficie.
En uno de esos fragmentos cristalinos, alguno de los micro seres que habitaban su rostro me saludó. Sin poder juzgar a quién pertenecía esa mirada, un suave tacto me recorrió desde mis orejas hasta los tobillos. Cerré los ojos para disfrutar el momento. Sí, momento. Tal vez los momentos sí existen, independientemente de que haya dejado de creer en la existencia del tiempo.
- Para mí la muerte es el olvido. No saber qué sucedió en la superficie, así como estar consciente que mis memorias acerca de la estadía en este metro pueden ser encargadas al azar.
- Perdóname, pero si dices esto no tengo argumento para creer que para ti la vida es relativa a la memoria — me contestó.
- ¿Acaso la vida y la muerte son antónimos? ¿No podríamos convivir en un mismo estadío? — dije con ímpetu.
- Creo que no necesitas mi oferta, entonces.
- Prefiero pedirte un favor.
El humano mosca se levantó para abrir la escotilla de la puerta y perderse en el vacío de la oscuridad. Yo, por mi parte, le rogué que dejara esta nota en el vagón que te corresponderá, solo para que sepas que te espero, aunque no te conozco, aunque no te recuerdo, aunque tú tampoco sepas de mí.
Dentro de algunos ¿días? el humano mosca llegará a tu vagón y te ofrecerá volver arriba, donde el tiempo nos domina. Puedes irte, si quieres, pero recuerda que aquí el tiempo no define si vivimos o morimos. Solo permanecemos. Eso es suficiente, al menos para mí.
Si decides quedarte, no deberías preocuparte por las probabilidades de que nuestros vagones crucen entre sí. ¿Nunca te has preguntado cuáles eran las posibilidades de que nuestros caminos se entrevieran en la superficie?
Tus ojos me convencieron durante mi estadía en la superficie que donde sea que te encuentres estaré bien. Porque, aunque la oscuridad nos nuble en este metro, existirá un haz de luz para poder verte y encontrar eternamente una razón para permanecer.
Así que te estaré esperando donde el tiempo es más que una ficción. Donde podremos unirnos sin importar (ni recordar) lo que hemos hecho antes.
O lo que haremos después.