Dos lunas

Jorge Arturo Mora
3 min readNov 29, 2018

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El agua de mi piscina hacía crecer dos lunas gigantes que me miraban todas las noches.

Así como regaba con la manguera los cubículos azules del jardín, estos satélites absorbían la oscuridad de sus costados para agigantarse y pretender chuparme.

Dios libre a todo ser de entrar en esas aguas ardientes, abrasadoras y hechizantes. Una vez me introduje en su territorio y no hay más que remordimiento tras ello.

Cuando dejé entrar mi desnudo cuerpo, vi las lunas transformarse en rostros.

Una cara tenía una pareja de lunares al costado derecho del labio superior, mientras que el otro rostro dejaba un largo espacio entre fosas nasales y la carne rosa que pare besos.

Quedé encantado por sus miradas, lo admito. Era inexorable.

Me sumergí por completo en la piscina aquella vez.

Poco a poco, la neblina de la noche se hizo espuma a mis pies y sentía cómo la marea acercaba las lunas a mi pecho.

Ambas caras tenían los cabellos negros, las cejas marcadas y las orejas redondeadas. La natalidad de su forma fue la marca que las cruzó en mi mirada.

Conforme la noche se apagaba y las estrellas del entorno desaparecían, los labios comenzaban a moverse. Las bocas bautizaron palabras que nunca han existido, pero que en el hechizo de la piscina significaban biblia y ceniza.

Ambos rostros hablaron al mismo tiempo y súbitamente terminaron de emitir sonido en sincronía. Entonces, de sus ojos llegó el rocío taciturno de una noche de mi infancia, del rugido del pecho de mi madre que me abrigaba entre sus sombras.

Tuve que cerrar los ojos y mi cuerpo quedó expuesto en la piscina. Me encorvé como si en tortuga pudiera convertirme y vaticiné noches de soledad si me dignaba a abandonar los confines del agua.

Sentí el miedo crujir en mis costillas y escuché el palpitar de mi espalda gritando ‘quédate, solo hazlo’.

Hice caso omiso de lo que decía mi pecho y dejé que las últimas burbujas salieran de la piscina para que la marea alborotara la ruta de las lunas, lo suficiente como para poder besarlas con mi piel.

No es sencillo besar dos rostros a la vez, mucho menos si son dos lunas. El impacto de mi carne mojada con las caras ahuecadas de mis musas empezó a tallar un mármol en mis brazos.

Mi piel se endurecía y la excitación hacía lo propio. Vi en los lunares de una luna la fosa nasal del otro rostro; lamí las voces de mis sirenas satelitales con la sal que me había guardado en todas las noches de aquel verano interestelar.

Las lunas empezaron a socavarme las orejas, convirtieron mis oídos en dos lenguas que conocían el idioma lunar del amor.

Petrifiqué mi alma para sentirme querido por los dos rostros perseguidores de carne.

Cuando volví a ver hacia mi cuerpo, las costillas eran ceniza y mis ojos comenzaban a dar vueltas entre sí al flote de la piscina.

Mi cuerpo ya no existía. Las lunas se habían agigantado después de haberme cenado.

Lo que quedó fue polvo de estrellas.

En lo que me convertí fue en una noche sin luna que mira el universo acompañado de sus hermanos cráteres, de sus heridas sin cicatrizar y de sus miedos bohemios.

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Jorge Arturo Mora
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Written by Jorge Arturo Mora

Escribo, escucho y veo para seguir escribiendo.

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